Cuenta E.T. Bell que, en tiempos de la revolución francesa,
el marqués de Condorcet, matemático y filósofo,
andaba perseguido. Viéndose en la necesidad de salir de su escondite,
el hambre le obligó a entrar en una posada, donde pidió
una tortilla (a la francesa, claro). Cuando le preguntaron que de cuántos
huevos la quería, como no tenía ni idea de cuántos
son necesarios para una tortilla normal, pidió una docena. El
cocinero, lógicamente mosqueado, le preguntó a Condorcet
por su oficio, a lo que el matemático contestó que carpintero.
"Muéstrame las manos", le dijo el cocinero, que así
descubrió al aristócrata.
Una lástima, porque este era de los decentes: defendió
el progreso, los derechos de la mujer y la ilimitada perfectibilidad
de la humanidad, entre otras cosas.
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