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Ada Lovelace
“El ingenio analítico teje patrones algebraicos
como el telar de Jacquard teje flores y hojas”.
Ada Lovelace
Ada fue hija de Anna Isabella Milkbanke y Lord Byron, el famoso poeta romántico, aunque un mes después de nacer la niña Byron se fue por ahí a sus cosas y no volvió a verla. También es verdad que nunca dejó de interesarse por la niña: por carta.
En cualquier caso, a su madre Anna Isabella le preocupaba que Ada heredase la peligrosa imaginación de los Byron. A fin de cuentas, consideraba a su marido un demente, por lo que pensó que había que hacer que su hija fuese lo más cerebral posible y para ello pensó que lo mejor era ponerla a estudiar matemáticas, a las que ella misma era aficionada (Byron apodó a su mujer La princesa de los paralelogramos).
Ada se casó William King-Noel, futuro conde de Lovelace. Tuvo tres hijos, tras lo cual volvió al estudio de las matemáticas de la mano de Augustus De Morgan. Además era amiga de Mary Somerville, con la que tenía largas conversaciones sobre matemáticas. Pero otro amigo fue el que marcó la diferencia: Charles Babbage. Este había iniciado la construcción de una máquina calculadora, pero antes de terminarla se embarcó en algo mucho más ambicioso: construir una máquina analítica capaz de ejecutar cualquier algoritmo. Dicho de otro modo: quería construir un ordenador, aunque en su caso no con componentes electrónicos, sino mecánicos: tornillos, tuercas, engranajes y esas cosas (el sueño del steampunk).
A Ada le entusiasmó la idea y se puso a colaborar con Babbage hasta familiarizarse con la máquina que, salvo algunas partes, solo existía en la imaginación de su inventor. Un buen día Babbage dio una conferencia en Turín sobre su trabajo. Un ingeniero militar, L. F. Menabrea, tomó notas con las que elaboró posteriormente un artículo. Ada lo tradujo al inglés y se lo enseñó a Babbage, quien le dijo que por qué no había escrito la memoria ella misma. La respuesta de Ada a esta sugerencia forma parte de la historia de la informática: escribió unas notas sobre el artículo del italiano que superaron con creces el texto anotado.
En las notas, Ada va mucho más allá que Babbage a la hora de imaginar qué podrán hacer máquinas como el ingenio analítico, vislumbrando algunas de las características futuras de los ordenadores. Tanto el artículo de Menabrea como las notas de Ada Lovelace te sumergen en la prehistoria de la informática: resulta emocionante descubrir la primera encarnación de las variables, el procesador, los programas, las rutinas, ver que ya se plantea que datos y operaciones deben tratarse por separado. Resulta evocador leer de primera mano cómo las tarjetas de los telares de Jaquard fueron el germen de la programación de los ordenadores, cómo la idea de codificar órdenes en cartones perforados saltó de su primer uso concreto en el bordado de tejidos al universal uso de la programación. Qué idea genial. De Ada Lovelace sorprende su pasión, que le lleva a imaginar usos de la máquina analítica fuera del puro cálculo matemático, pues al poder operar con cualquier clase de números la hacía capaz de trabajar con todo aquello susceptible de expresarse numéricamente. Por ejemplo, la música.
Lo que más sorprende de las notas es la pasión visionaria con la que Ada describe el futuro (al final, parece que los genes Byron terminaron por aparecer). Sin embargo, hay una nota, la G, que describe paso a paso las operaciones que, codificadas en tarjetas perforadas, leería y ejecutaría la máquina para generar los números de Bernoulli. Es decir, se trata de un algoritmo informático o, dicho de otra manera, de un programa, el primer programa de la historia, escrito antes incluso de que existiese una máquina capaz de ejecutarlo.
Ada escribió:
“La ciencia de las operaciones deriva de las matemáticas pero es una ciencia en sí misma, y tiene su propia verdad y valores abstractos; así como la lógica tiene su propia verdad y su propio valor, independientemente del objeto al que podamos aplicar sus razonamientos y procesos”.
Estaba hablando de una ciencia que aún no existía: la computación.
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