El astrónomo
Ver un
cuadro de Vermeer es un auténtico privilegio, una experiencia
única: al contemplar sus obras uno no asiste a una escena más
o menos lograda. Lo que percibimos es el mismo tiempo representado en una sola imagen: mágicamente vemos caer la leche,
o moverse la cortina empujada por el viento, o intuimos cómo el
rostro de una joven acaba de mudar a causa de nuestra irrupción.
Pero lo más asombroso es que vemos pensar, pues así es como
Vermeer pinta a sus personajes: ensimismados, y pensando.
El esquema de sus lienzos casi siempre sigue el mismo modelo: una ventana
a la izquierda por donde penetra la luz que ilumina una escena de interior
en la que se encuentra un personaje dedicado a alguna actividad apacible.
Tal aparente sencillez compositiva le son suficientes a Vermeer para alterar
el trascurso del tiempo y hacernos dudar de nuestros sentidos.
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