Estadio
olímpico de Munich
Si una estructura de alambre se introduce en una cubeta con agua jabonosa
y después se saca con cuidado se obtiene una fina película
de jabón, una gran pompa con una particularidad: no existe otra
superficie que tenga un área menor para la estructura dada.
Dos son las características de estas superficies mínimas
que las hacen ideales para la construcción de cubiertas arquitectónicas:
en primer lugar, es evidente que al ser la superficie mínima también
lo es su peso, lo que permite desarrollos de gran ligereza. En segundo
lugar, la tensión superficial en estas formas está completamente
equilibrada (como ocurre en las pompas de jabón), lo que dota a
las construcciones de gran estabilidad.
La cubierta del Estadio Olímpico de Munich, que cubre y
unifica el estadio, las pistas y las piscinas, fue un hito en la utilización
de estas técnicas por la enorme escala a la que se aplicaron y
por el uso de procedimientos matemáticos informatizados en la determinación
de su forma y comportamiento.
Pero no son las cuestiones técnicas lo primero que llama la atención
sobre estas estructuras: ante ellas uno cree encontrarse ante algo "natural".
Alejadas de las rígidas pautas ortogonales de la arquitectura moderna,
las superficies mínimas presentan formas orgánicas de una
elegancia extraordinaria. Es la elegancia que el ojo descubre en lo que,
lejos de imponerse al medio, se adapta a él.
|